Tradición y sabor desde 1991

Con el firme propósito de brindarles educación y un futuro mejor a mis cinco hijos, siempre busqué la manera de salir adelante. Un día, una vecina llamada Gloria, quien tenía una caseta de comida desde hacía años, ofreció vendérmela a cuotas. Incluso me prestó las ollas para empezar. No lo dudé ni un momento y acepté.

Durante más de cinco años, junto con mis hijos Walter y Porfidio, empujábamos la caseta desde nuestra casa, hoy la ubicación actual del cenadero, hasta el parque principal de la ciudad. Por aquellos días, las calles no estaban pavimentadas, y cada recorrido era una auténtica odisea. Al terminar la jornada, regresábamos la caseta a casa para empezar de nuevo al día siguiente.

Desde el inicio, nuestra oferta fue sencilla pero especial: gallina criolla, consomé de gallina, carne sudada y arepas de queso. A los clientes les encantaron estos platos desde el primer día, y poco a poco comenzamos a ganar reconocimiento.

Sin embargo, enfrentamos un desafío cuando el alcalde municipal de entonces, Cansino Zapata, ordenó la reubicación de los vendedores ambulantes a los Comedores Populares, ubicados a la vuelta de nuestra casa. En ese momento, decidimos pensar que en ocasiones, las bendiciones llegaban disfrazadas de dificultades, y optamos por no trasladarnos. Con el apoyo de nuestro padrino de matrimonio, Efraín Rivera, quien sugirió que comenzáramos a trabajar en nuestra propia casa y que el informaría a nuestros amigos y clientes acerca de nuestro traslado, inclusive durante los primeros días, él, muy generosamente, compraba prácticamente toda la gallina que quedaba al finalizar la noche.

Allí, toda la familia se unió para sacar adelante el negocio. Mis hijas trabajaban como meseras, mientras mis hijos rallaban el queso para las arepas, hacían las compras, lavaban los platos y ayudaban en lo que se necesitara. Más que colaborar, aprendieron desde pequeños que con perseverancia y dedicación, todo es posible.

Hoy, después de más de 30 años, seguimos agradecidos con nuestros clientes fieles y con los turistas que visitan San José del Guaviare y no se van sin probar nuestra comida. Nuestro esfuerzo dio frutos: mis hijos son ahora profesionales, unos con empresas y otros con empleos de dirección y responsabilidad, todos trabajan al servicio de la sociedad, siguiendo el ejemplo de su padre, Hernán Correa Velásquez, quien fue concejal, diputado y un líder social y político durante toda su vida.

Tras la pandemia del COVID-19, mi esposo y yo decidimos disfrutar de nuestra casa de campo y dejar el cenadero en manos de nuestra hija, quien ha hecho crecer el negocio, generando empleo y preservando intacta nuestra receta familiar.

Gracias por tomarte el tiempo de leer nuestra historia. Si visitas San José del Guaviare, no puedes irte sin disfrutar del sabor y la tradición de Cenadero La Rosa.

Nuestra historia familiar